Totalitarismo

EL NUEVO CENSOR NO GRITA: ENTIERRA

En la era digital, la censura ha cambiado de rostro. Ya no llega con tijeras ni con policías uniformados. Ahora es un algoritmo quien decide lo que vemos, lo que ignoramos y lo que, sin saberlo, dejamos de pensar. La censura algorítmica no prohíbe: simplemente hace que el contenido desaparezca sin desaparecer. Y lo hace en nombre de la seguridad, la salud pública o la lucha contra la desinformación.

El mecanismo es técnico, pero su efecto es político. Cada publicación que subimos a redes sociales se somete a un análisis automático: palabras clave, tono emocional, perfil del emisor, temas sensibles. A partir de ahí, el sistema decide si lo que has dicho merece ser visto, enterrado, marcado o eliminado. Es un proceso sin juicio, sin apelación, sin transparencia. Y lo más inquietante es que ya nos hemos acostumbrado a ello.

Los regímenes autoritarios utilizan este filtro con descaro —como en China o Irán—, pero lo verdaderamente peligroso es que también se emplea en democracias formales como Canadá, España, India o Estados Unidos. El poder no necesita prohibir la crítica si puede invisibilizarla. Por eso, el totalitarismo del siglo XXI no necesitará silenciarte: le basta con hacer que nadie te escuche.