La invasión estadounidense de Iraq en 2003 tenía como objetivo declarado democratizar la región y contrarrestar el salafismo-yihadista. Sin embargo, el derrocamiento de Saddam Hussein desató un caos inesperado que transformó al país en un terreno fértil para el extremismo. Las insurgencias, muchas de ellas respaldadas por Irán, erosionaron aún más la estabilidad regional.
Este conflicto puso de manifiesto la ley de las consecuencias imprevistas, ya que en lugar de limitar la influencia de Irán, la intervención facilitó su expansión geopolítica, consolidando el poder chií en la región y alterando los equilibrios de poder en Oriente Medio.